«Cualquiera que sea la gracia que solicites a San José sin duda va a ser concedida,
para creer sólo tienen que convencerse haciendo la prueba».
Santa Teresa de Ávila
Cuando yo era niño, el día de S. José era una fiesta grande. No teníamos colegio, ya empezaba hacer buen tiempo, íbamos a misa. Y S. José era un santo de peso. Después dejó de ser festivo y pareciera que S. José se hubiera quedado como un santo menor: la Virgen es la Madre de Jesús, S. José simplemente estaba ahí.
Es una lástima que la veneración a S. José haya caído. Hasta hace poco no lo supe: S. José es el patriarca de la Iglesia. Y su labor es de custodio: custodió a Jesús, la virginidad de María, el secreto de la concepción. Podemos pedir que nos custodie a nosotros también.
Por eso para la oración de hoy he estado buscando oraciones a S. José. He encontrado una que está en la carta encíclica de León XIII Quomquam pluries, precisamente sobre la devoción a S. José. Curiosamente no está en latín. En la web del Vaticano sólo está en italiano, español e inglés. Posiblemente el Papa la compuso en italiano.
Oración a S. José
de León XIII
A vos, bienaventurado S. José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio.
Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido, y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que con su sangre adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades.
Proteged, ¡oh providentísimo Custodio de la divina Familia!, a la escogida descendencia de Jesucristo: apartad de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y de vicios. Asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús de inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad.
Y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio, para que, a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.
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