Hora Santa
Jueves Santo, 2019
Introducción
En esta Hora Santa rememoramos, revivimos, la agonia de Nuestro Señor Jesucristo en el huerto de Getsemaní. Entonces Jesús pidió a sus discípulos que lo acompañaran y que velaran con Él. Hoy nos pide a nosotros lo mismo: que estemos con Él en esta hora de dolor, velando una hora. Simplemente estando aquí ya cumplimos esta importante misión.
Pero podemos aprovechar esta hora para contemplar la agonía de Nuestro Señor, para entender mejor lo que sufrió y por qué lo sufrió; para entender mejor lo que significó su juicio, pasión y muerte. Esta hora de contemplación y reflexión nos ayudará a vivir mejor esta Pascua, a vivir mejor nuestra vida y a avanzar en el camino de la salvación de nuestras almas.
La estructura de esta Hora Santa está resumida en las hojas que hemos entregado. Leeremos cuatro fragmentos de las Escrituras y de otros textos. Cada una será seguida de un breve salmo o canto, un rato de silencio y una breve oración. El rato de silencio lo podemos aprovechar para contemplar al Señor, reflexionar sobre lo leído o hacer cualquier tipo de oración que queramos. El tiempo de silencio será aproximadamente el del rezo de un misterio del rosario.
Tras las cuatro lecturas con sus cantos y silencio habrá unas preces y una oración final.
Primera lectura: Mc 14, 32--41
Tras la cena llegan a un lugar llamado Getsemaní. Y les dice a sus discípulos: sentaos aquí, mientras hago oración. Y se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan y comenzó a afligirse y a sentir angustia. Y les dice: «Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad». Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, a ser posible, se alejase de él aquella hora. Decía: «¡Abbá, Padre! Todo te es posible, aparta de mí este cáliz; pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Vuelve y los encuentra dormidos y le dice a Pedro: «Simón, ¿duermes? ¿No has sido capaz de velar una hora? Velad y orad para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil». De nuevo se apartó y oró diciendo las mismas palabras. Al volver los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados de sueño; y no sabían qué responderle. Vuelve por tercera vez y les dice: «¿Aún podéis dormir y descansar…? Se acabó; llegó la hora. Mirad que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vamos; ya llega el que me va a entregar».Salmo 130.
Respondemos Mi alma aguarda al Señor, como el centinela a la aurora.
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela a la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.
(Unos minutos de silencio)
Oremos: Oh Dios, que amas sin límite y devuelves la inocencia, atrae hacia ti los corazones de tus siervos para que, a pesar de nuestra debilidad, llenos del fervor de tu Espíritu, permanezcamos firmes en la fe y eficaces en las obras. Te lo pedimos por Nuestro Señor Jesucristo.
Segunda lectura: Jn 3, 11--2
Nuestro Señor dijo a Nicodemo: «En verdad, en verdad te digo que hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os he hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo ibais a creer si os hablara de cosas celestiales? Pues nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Igual que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así debe ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él. Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no es juzgado; pero quien no cree ya está juzgado, porque no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios. Éste es el juicio: que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no le acusen. Pero el que obra según la verdad viene a la luz, para que sus obras se pongan de manifiesto, porque han sido hechas según Dios».Canto: Cristo, recuérdame
Cristo, recuérdame
cuando llegues a tu reino.
(Unos minutos de silencio)
Tercera lectura: de Vida de Cristo, del Venerable Fulton Sheen, cap. 41
Es bastante probable que la Agonía en el Jardín le costara a Nuestro Señor Jesucristo mucho más sufrimiento que incluso el dolor físico de la Crucifixión y quizá empujara a su alma a regiones de mayor oscuridad que cualquier otro momento de la Pasión, tal vez con la excepción de aquel en la Cruz en la que gritó «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
Este fue el momento en el que Nuestro Señor, en obediencia a la voluntad del Padre, tomó sobre sí las iniquidades del mundo entero y cargó con los pecados. Sintió la agonía y la tortura de aquellos que niegan su culpa, o que pecan con impunidad y no hacen penitencia alguna. Era el preludio de la espantosa deserción que tuvo que resistir y en el que Él pagó a la justicia de su Padre la deuda que habíamos contraído nosotros: el ser tratado como pecador. Fue aniquilado como un pecador, Él que no tenía pecado. Esto es lo que provocó su agonía, la mayor que haya visto el mundo.
Del cuarto canto del siervo (Is. 53: 4--7, 11--12)
Respondemos Él cargó con nuestros pecados.
Mi siervo soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado
pero Él fue traspasado por nuestras rebeliones
triturado por nuestros crímenes.
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino
y el Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca:
como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador
enmudecía y no abría la boca.
Mi siervo, justificará a muchos porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores
Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.
(Unos minutos de silencio)
Oremos: Perdona las culpas de tu pueblo, Señor, y que tu amor infinito, que te llevó a tu agonía y tu muerte, nos libren de las ataduras del pecado, que hemos cometido a causa de nuestra debilidad.
Cuarta lectura: Jn 18, 1--12
Dicho esto, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto en el que entraron él y sus discípulos. Judas, el que le iba a entregar, conocía el lugar, porque Jesús se reunía frecuentemente allí con sus discípulos. Entonces Judas se llevó con él a la cohorte y a los servidores de los príncipes de los sacerdotes y de los fariseos, y llegaron allí con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a ocurrir, se adelantó y les dijo: «¿A quién buscáis?» Respondieron «A Jesús el Nazareno». Jesús les contestó: «Yo soy». Judas, el que le iba a entregar, estaba con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», se echaron hacia atrás y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?» Respondieron «A Jesús el Nazareno». Jesús contestó: «Os he dicho que yo soy; si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos». Así se cumplió la palabra que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste». Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó, hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. El criado se llamaba Malco. Jesús le dijo a Pedro: «Envaina tu espada. ¿Acaso no voy a beber el cáliz que el Padre me ha dado?» Entonces la cohorte, el tribuno y los servidores de los judíos prendieron a Jesús y le ataron.
Canto: In manus tuas, Pater.
In manus tuas, Pater,
comendo spíritum meum
Oremos: Oh, Dios, que para librarnos del peso de nuestros pecados, quisiste que tu Hijo soportase por nosotros el suplicio de la cruz, concédenos acompañarle con fervor en el camino de su Pasión para alcanzar así la gracia de la resurrección. Te lo pedimos por Nuestro Señor Jesucristo.
In manus tuas, Pater,
comendo spíritum meum
(Unos minutos de silencio)
Preces
Adoremos a nuestro Redentor, que por nosotros y por todos los hombres quiso morir y ser sepultado para resucitar de entre los muertos, y supliquémosle diciendo Señor, ten piedad de nosotros.
– Redentor nuestro, concédenos que, por la penitencia, nos unamos más plenamente a tu pasión, para que consigamos la gloria de la resurrección. Oremos.
– Señor y Maestro nuestro, que por nosotros te sometiste incluso a la muerte, enséñanos a someternos siempre a la voluntad del Padre. Oremos.
– Tú, que siendo nuestra vida, quisiste morir en la cruz para destruir la muerte y todo su poder, haz que contigo sepamos morir también al pecado y resucitemos contigo a una vida nueva. Oremos.
– Rey nuestro, que como un gusano fuiste el desprecio del pueblo y la vergüenza de la gente, haz que tu Iglesia no se acobarde ante la humillación, sino que, como tú, proclame en toda circunstancia el
honor del Padre. Oremos.
– Salvador de todos los hombres, que diste tu vida por los hermanos, enséñanos a amarnos mutuamente con un amor semejante al tuyo. Oremos.
– Tú, que al ser elevado en la cruz atrajiste hacia ti a todos los hombres, reúne en tu reino a todos los hijos de Dios dispersos por el mundo. Oremos.
Oración final
Dios todopoderoso y eterno, que hiciste que nuestro Salvador se encarnase y soportara la cruz para que imitemos su ejemplo de humildad, concédenos, propicio, aprender las enseñanzas de la Pasión y participar de la resurrección gloriosa. Te lo pedimos por Nuestro Señor Jesucristo.
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Los cantos:
Cristo, recuérdame.
In manus tuas, Pater